En el País Vasco, en la provincia de San Sebastián, muy cerca de la capital, se encuentra uno de los pueblos más encantadores de la Península. Es una suerte que además allí resida familia a la que adoro, visitarlos siempre es un placer. Gracias a ellos he conocido este maravilloso lugar. Tere y Ricardo: va por vosotros.
Este pueblo posee una calle principal que sirve de unión entre la bahía y el monte
Mientras paseas por su arteria, las aceras adoquinadas, los arcos de piedra y las casas tradicionales te teletransportan a otra época, quizás a otro siglo, sólo hay que dejar volar la imaginación.
No me extraña que Víctor Hugo hiciera de este mágico lugar su residencia por un tiempo. Lo visualizo asomándose a la bahía y contemplando el atardecer, una fuente de inspiración sin duda. Puede visitarse la casa donde habitó, es un museo perenne.
También puedes acceder a la parroquia de San Juan y escuchar los misterios que se esconden en ella, lo que más impresiona la historia de Santa Faustina
La calle principal desemboca en la plaza de Santiago, con casas típicas del lugar de diferentes colores. Lo mejor tomarse un vino con los lugareños y contemplar la bahía. ¡Cómo me gusta este sitio!
Puedes coger una barquita que te lleve al pueblo de enfrente o darte una vuelta en un barco pesquero para contemplar la belleza de su paisaje. Gracias a Ricardo pudimos optar por la segunda opción, que experiencia más inolvidable.
Las vistas que se tienen desde la bahía son muy estimulantes. Los sentidos se despiertan y agudizan: vista, oído, olfato... Una mezcla de sensaciones muy placenteras.
Durante el trayecto el tiempo comenzó a empeorar, no salimos a alta mar porque había aviso de temporal. Las olas nos columpiaban arriba y abajo. Ricardo y yo salimos a cubierta y fue como ir en una montaña rusa. Aún recuerdo el cosquilleo en el estómago. Toda una aventura.
Nos dimos la vuelta y el mar empezó a calmarse.
Más tranquilas, inmortalizamos el momento. Como suelo decir: con amigos siempre es todo mejor.
El señor que llevaba la embarcación era muy amable, me dejó al mando unos instantes.
Ya en tierra pude contemplar unos paisajes que hablan por sí solos.
No soy precisamente una buena fotógrafa, si lo fuese hubiera sacado más partido al placer que estaba experimentando al contemplar ese remanso de paz.
Hay un camino entre el monte y el mar que lleva a una cantina. Recorrerlo es precioso. Además cuando lo terminas la recompensa son unas sardinas del Cantábrico. Hay que probarlo
Empieza atravesando este hermoso arco, sigue el camino y verás de lo que estoy hablando.
No digo nada que no se sepa cuando afirmo que en el País Vasco se come muy pero que muy bien y este pueblo no es una excepción.
Paisaje, cultura, gastronomía y buena gente es lo mínimo que vas a experimentar si visitas este encantador pueblo. Me he quedado con las ganas de subir a la Ermita de Santa Ana, pero así lo haré en la próxima ocasión, que espero no sea muy tarde.
Tere y Ricardo, hacedme un hueco que pienso volver a veros. Gracias por vuestra enorme hospitalidad. Os quiero.
Algunas veces no conocemos los los lugares tan fantásticos q tenemos en nuestra península y vamos a buscarlos al extranjero y está claro q no sabemos lo q nos perdemos.
ResponderEliminarDe verdad!!! España tiene tantos rincones tan increíbles.. hay que conocer y publicitar lo nuestro. Gracias
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