Su fama se debe a los famosísimos Sassi, que son unas casas colocadas unas encimas de otras a modo de tetris, y que se comunican por medio de callecitas serpenteantes y onduladas, llenas de escaleras.
El interior de las viviendas está excavado en la roca, por lo que parecen cuevas que, aunque bien aclimatadas, fueron las responsables de contraer enfermedades en el siglo pasado por la precariedad de las condiciones en las que vivían sus ocupantes. Bastantes epidemias tuvieron que erradicarse en la ciudad (según nos contaron).
Puedes visitar una casa-cueva museo que se encuentra en la ciudad y usar la imaginación para poder hacerte una idea de cuál era el estilo de vida de los habitantes de la ciudad.
Todos los miembros de una familia con sus animales vivían en una sóla habitación. La mayoría eran campesinos, por lo que sus herramientas de labranza eran sus pertenencias más prestigiosas.
También puedes visitar sus espacios más amplios y comunitarios dedicados al culto, todos excavados en las montañas.
Pinturas al fresco decoran los altares de sus iglesias, que se comunican por medio de pasadizos estrechos, rampas y escaleras bien avenidas.
La verdad es que es sorprendente este lugar, aunque en verano hace bastante calor, pero las noches se disfrutan muchísimo.
De hecho, teníamos pensado estar sólo un día y permanecimos dos. Los lugareños son muy hospitalarios y el entorno en el que está situada esta ciudad es mágico, o lo eran las noches de verano y la compañía o una combinación de las dos cosas.
Es muy recomendable dedicar un espacio de vuestro viaje, si os encontráis por la zona, a este carismático lugar.
Tengo un buen recuerdo de las historias que nos contaron y de esas noches de verano contemplando el horizonte. Todo un descubrimiento, de nuevo, en este bello país.
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